Desde hace una década, Sandra Valencia ha sido la orgullosa propietaria de una escalera, mejor conocida como «chiva», un vehículo tradicional que recorre las empinadas y a veces accidentadas vías rurales del Oriente Antioqueño. Sin embargo, fue hace cinco años cuando decidió tomar el volante y convertirse en conductora de la «Tigresa», como la llaman, un apodo que surgió en colaboración con su hermano.
Oriunda de la vereda Yarumal, en Abejorral, Sandra trabaja principalmente en el municipio de La Unión, llevando consigo no solo pasajeros, sino también encomiendas, encargos y productos de la zona. Recoge en tiendas, almacenes, supermercados e incluso en la Colanta, para luego hacer entregas en su ruta hacia la vereda Mesopotamia.
Sandra es una de las pocas mujeres conductoras de chiva en la región. «No he tenido el gusto de encontrarme con muchas, aunque comentan que en el Oriente hay otra mujer que también conduce una», dice. A lo largo de su experiencia, ha aprendido a superar los desafíos que conlleva manejar un vehículo tan grande en vías que no siempre están en las mejores condiciones. «Los carros pequeños mal parqueados, las motos… hay que aprender a dimensionar el espacio. Se vuelve un poco complejo, pero con paciencia y gusto por lo que se hace, no hay mucho problema», asegura.
Las vías rurales, sobre todo en época de invierno, representan un reto mayor. «La vía principal que conecta Abejorral es departamental y recibe poco mantenimiento. En nuestra ruta veredal, prácticamente la comunidad se encarga del mantenimiento, gestionamos en la alcaldía, pero muchas veces no es suficiente», comenta Sandra.
A lo largo de los años, ha vivido anécdotas que resaltan tanto la sorpresa como la admiración de quienes la conocen. Recuerda una ocasión en Abejorral cuando fue a reemplazar a otro conductor: «Dijeron que la conductora era una mujer y la gente se imaginó a una señora alta y acuerpada. Se asombraron al verme a mí». También menciona que en más de una ocasión, los pasajeros suben sin darse cuenta de que es ella quien está al mando, y luego, al percatarse, suelen comentar con asombro sobre su habilidad al volante.
Sandra reconoce que su mayor apoyo ha sido su padre, quien la ha motivado siempre a seguir adelante. De hecho, él la acompaña en la ruta, ayudándola a entregar las encomiendas y encargos que muchas veces resultan ser esenciales para las familias rurales, quienes, por la distancia, no siempre pueden acercarse al pueblo a comprar lo que necesitan.
Así, con paciencia, dedicación y el constante respaldo de su familia, Sandra continúa demostrando que las mujeres pueden llevar las riendas, no solo de su vida, sino también de una chiva por las montañas del Oriente Antioqueño.