El fusilamiento de una bruja
Por: Steven López Londoño
La fecha y lugar de su nacimiento sigue siendo un enigmático misterio, pareciese como si la cúpula del tiempo hubiese desaparecido el número exacto de su natalicio. Algunos supersticiosos de la historia afirman que nació en Guaduas, en Bogotá y en Mariquita. Hasta su verdadero nombre parece un acertijo, sus pseudónimos más comunes eran: Polonia, Policarpa y la Pola. También sonando en las calles las letras de su falso pasaporte; Gregoria Apolinaria. En alguna oportunidad, en un hecho fatídico y siniestro para su familia, el destino tendría misericordia con ella. Presenció en carne propia como la epidemia de la viruela fue consumiendo poco a poco a su madre, padre y dos hermanos. La Pola, o como la quieran llamar, empezó a hacer la labor de costurera, oficio que le serviría más tarde para filtrar información de los movimientos del ejército realista. Ella entraba lentamente por las puertas y conversaciones de las casas más ilustres de aquella época, enterándose de los movimientos y jugadas de los verdugos españoles. Lograba encantar a través de sus hiladas de aguja, entrelazándose en las telas de los finos vestidos, desinhibiendo la lengua y pensamientos de aquellas mujeres, logrando quitar el cerrojo de secretos oscuros y monárquicos. Eso no le bastaría a ella, por medio de la lectura y escritura ganó adeptos para la lucha revolucionaria, enseñándole a leer a los esclavos y mujeres. Los terratenientes, feudales, españoles puros y americanos, se sorprendían de un fenómeno nunca antes visto; el embrujo del pensamiento independista. Los negros y mestizos sufrían una metamorfosis, no de cuerpo, pero si de pensamiento. Policarpa no se sentiría satisfecha, se ingeniaría un método más sutil y bohemio: la destilación del aguardiente. Su centro de operaciones y cuartadas serían las chicherías, donde vendía el aguardiente para recaudar fondos al movimiento libertador. También era pícara, en un sentido benigno y no maligno. El propósito del anís y las bebidas fermentadas era atraer a los hombres, persuadirlos en la efervescencia de los síntomas de la embriaguez e interceptar mensajes del número de tropas, tipo de armamento y órdenes del ejército enemigo. El infausto hecho para Polonia llegaría con la captura de los hermanos Almeyda, encontrando en sus pertenencias documentos de espionaje que la comprometían seriamente. El servicio de inteligencia del ejército español se veía débil y rídiculo, una mujer había pasado desapercibida, estando infiltrada en el terruño del virrey, paseándose como fantasma por las calles. El encargado de capturarla fue el sargento Iglesias, principal agente español en la ciudad. La Pola fue llevada al Colegio Mayor del Rosario, donde un consejo de guerra la condenó a muerte el 10 de noviembre de 1.817. Antes de llegar la angustiosa hora de su muerte recita estas palabras: «Pueblo de Santafé ¿cómo permites que muera una paisana vuestra e inocente? Muero por defender los derechos de mi patria. Dios Eterno, ved esta justicia». Su espíritu liberal y rebelde sería manifiesto cuando se le presentó la oportunidad de ser indultada, si se arrepentía y confesaba delante del pueblo en la plaza con unos sacerdotes que le habían enviado, ella se rehusó fervientemente. Por el contrario, maldecía pasionalmente a los españoles mientras caminada ese 14 de noviembre de 1.817. En el momento previo antes de su muerte, los soldados le ordenaron ponerse de espaldas, consideraban que así debían perecer los traidores. La Pola en su último acto revolucionario solicita morir de rodillas, desaparecer de una manera más digna. Se escuchan las articulaciones de los dedos apretar el gatillo, impactando las balas la humanidad de Policarpa y el silbido del orificio del fusil emana un mensaje: en europa las brujas eran quemadas en la hoguera, en Santafé una supuesta bruja muere fusilada por una causa libertaria.