AltiplanoInternacionalNacional

40 años de la tragedia de Armero: el peor desastre natural de la historia de Colombia

En la noche del 13 de noviembre de 1985, mientras la mayoría de los habitantes de Armero dormían, el volcán Nevado del Ruiz rugió con la fuerza del olvido. Desde más de 5.300 metros de altura, su cráter expulsó ceniza, gases y lava que, al fundirse con el hielo del glaciar, desataron una avalancha que descendió sin piedad. En cuestión de segundos, el silencio se convirtió en grito, y la vida en lodo.

El resto, lo conocemos todos. O al menos, eso creemos.

Una tragedia anunciada

Lo más doloroso de Armero no fue solo su magnitud, sino su destino evitable. Durante meses, científicos del Servicio Geológico Colombiano y expertos internacionales alertaron sobre la amenaza. Enviaron informes, insistieron, advirtieron. Pero sus voces se perdieron entre el escepticismo y la indiferencia.

El resultado fue devastador: Armero desapareció en apenas 39 segundos. Más de 25.000 personas murieron, miles quedaron heridas, y centenares de niños fueron separados de sus familias, muchos de ellos dados en adopción bajo circunstancias inciertas.

“Yo tenía 11 años. Me despertó un ruido como de tren, pero no había trenes en Armero. Cuando salí, ya no había casa, ni vecinos, ni calle. Solo lodo. Solo gritos”, recuerda María Fernanda Rojas, sobreviviente de aquella noche que cambió la historia de Colombia.

El 14 de noviembre amaneció con una verdad insoportable: los desastres no solo son naturales, también son el resultado de la desidia, de las omisiones y del silencio institucional.

De la tragedia a la memoria

Cuarenta años después, Armero sigue siendo una herida abierta. No solo por lo que se perdió, sino por lo que el país aún no ha aprendido.

La tragedia impulsó transformaciones profundas. En 2012 nació el Sistema Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (SNGRD), que fortaleció el monitoreo volcánico, los planes de evacuación y la educación en prevención.

“Conociendo el territorio, podemos tomar decisiones de gestión del riesgo”, afirmó la vulcanóloga Martha Calvache en un homenaje a las víctimas. Sus palabras suenan como eco de lo que debimos haber entendido hace mucho.

Leyes como la 1632 de 2013 y la reciente 2505 de 2025 buscan honrar la memoria de las víctimas y rescatar el valor simbólico de Armero, declarado Bien de Interés Cultural. Sin embargo, detrás de los homenajes y las ceremonias, persiste una sensación amarga: la del olvido.

Lecciones que el país aún no aprende

En el aniversario número 40, la Defensoría del Pueblo publicó el informe “Armero: ¿40 años de vulneración de derechos?”, donde se advierte que los sobrevivientes aún viven en la precariedad, que las promesas se disolvieron con el tiempo y que el Estado, una vez más, llega tarde.

“A nosotros nos sacaron de Armero y nos llevaron hasta Bogotá, luego a Ibagué. Desde entonces no sabemos qué es una ayuda del gobierno”, cuenta con voz temblorosa Miriam Cárdenas, una mujer que sobrevivió al desastre, pero no al abandono.

El país ha enfrentado nuevas tragedias —como la avalancha de Mocoa en 2017— y, aunque se han fortalecido los sistemas de respuesta, las fallas se repiten: alertas tardías, ocupación de zonas de riesgo y comunidades que enfrentan solas la furia de la naturaleza.

El senador Guido Echeverry lo resumió con crudeza durante la conmemoración:
“Debo decir que esa comisión no ha cumplido su tarea. En 16 años, se han reunido apenas nueve veces. No han hecho la más mínima acción para asegurar los mandatos de las leyes de memoria”.

Armero hoy: entre el silencio y la esperanza

Donde alguna vez hubo calles, casas y risas, hoy hay cruces, árboles y placas con nombres. El viento que recorre las ruinas parece murmurar los relatos de quienes ya no están. Algunos llaman al lugar “el camposanto más grande de Colombia”. Otros, simplemente, “el pueblo que fue”.

Cada noviembre, los sobrevivientes regresan con flores y velas, encienden la memoria y se abrazan en silencio. No esperan grandes actos, solo que el país recuerde que allí hubo vida, y que de esa vida nació una lección que no puede seguirse olvidando.

Armero nos enseñó que la prevención salva vidas, que la ciencia debe ser escuchada y que la memoria no es solo un acto de duelo, sino de transformación.

Nos recordó, con dolor, que los desastres golpean más fuerte a los vulnerables, a los que viven en los márgenes, a quienes nunca tuvieron voz.

Porque, como señala el informe de la Defensoría del Pueblo, “la tragedia no terminó en 1985; continúa en cada desastre”.

Y mientras Colombia siga olvidando, Armero seguirá llorando.

   

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba